domingo, 6 de febrero de 2011





EMPAÑAR UNA IMAGEN



El acto de (h)ojear el libro Amor x Chile de Julia Toro resume la doble condición que suscita este texto: su materialidad se presenta como superficie donde se imprime la mirada, el ojeo sin hache insistente y advenedizo que, en el desorden de las hojas, busca construir un sentido pleno a partir de la coherencia visual propuesta. Pero más importante aún puede ser ir al rescate de la condición etimológica del (h)ojeo del lector, con hache, pues la fotografía así foliada asume la perspectiva del autor y la bienvenida arbitrariedad de todo orden, la funcionalidad interpretativa que este conjunto de imágenes propone. Y es que ello se deriva de un hecho innegable: la editorialización de la práctica fotográfica de Julia Toro deviene propuesta de lectura y tránsito unidireccional, en la sucesión irreversible página tras página. Por lo mismo, este libro no replica al muro de la sala de exhibición ni recrea una exposición de imágenes, sino que constituye una narración cuyo título parece remitir a una ficción amorosa que consigna encuentros y abandonos, sorpresas y esperas. Asistimos como lectores de la fotografía y espectadores del texto a los intensos amoríos de Julia Toro, a su balbuceo visual y a su desenfreno semiótico, conjugados en una gramática espectral de opacidad y reflejos, siluetas y sombras, promiscuidad donde se amalgaman texto e imagen y donde la autora nos ha invitado amorosamente a fundir la pluma con la figura.

Hay un erotismo cierto en esta propuesta editorial, no sólo por el afán integrador de la letra con la imagen, sino por varias razones más: en primer lugar, lo que prima aquí es el detalle, la selección voluntariosa de cada fragmento, texto y foto que descomponen la representación instalando perspectivas dispares como formas de acceder a un resquicio corporal, al detalle de una pierna en la bañera, a un retrato que oculta la mitad del rostro, a un párrafo que tensiona sus propios significados, en definitiva, a fragmentos que revolotean dispersos en la corporalidad textual e icónica de este libro. En segundo lugar, la ficción amorosa brota de estos retazos de sentido que viajan como fragmentos añorando con nostalgia el origen y la totalidad. Y es que aquí nuevamente aparece la propuesta de editorialización de la práctica fotográfica: la ficción amorosa rearma la posibilidad de construir una narración que ilustre la culminación del encuentro entre texto e imagen, en la reconciliación de la letra con la figura. En esta concepción de la fotografía como escritura la práctica visual de Julia Toro asume un aura de prestado, dada la condición cultual del libro, en tanto existe, aunque simuladamente y de soslayo, una nostalgia del original y un rechazo de la reproducción. Por eso, como afirma el artículo de Thayer, el álbum familiar, como mausoleo pocket, permanece tensionado entre la fotografía y el silabario, entre la reproducción visual del recuerdo y la ficción literal de la experiencia, ambos simulacros de representación que están más allá de todo cuestionamiento de sus índices de veracidad o falsedad. Ficciones y nada más, y esa es la impronta que sostiene la estructura de este conjunto de imágenes y textos. En este movimiento contradictorio de cercanía y alejamiento, de unión y separación, de indefinición entre la parte y el todo y entre literatura y fotografía, se juega la condición erótica de este libro.

Existe aún una tercera tensión que configura tanto los textos de los diversos autores como la obra fotográfica de Julia Toro. Por una parte, la singularidad de su práctica artística radica en la defensa dramática del equilibrio entre imagen y ausencia, entre presencia y olvido. Paradoja de la fotógrafa: volver invisible el objeto capturado y, pese a todo, seguir viéndolo. Sus retratos no pueden sino exhibir la impronta de lo alterado y lo ajeno, haciendo de la tarea del retrato la ejecución de una visualidad alienada que no se conforma con omitir definiciones y esquivar propuestas conceptuales, sino que en cambio tiende, como afirma Julia Toro, a “dirigir” la imagen hacia su desenfoque, desestimando los lenguajes canónicos de la producción fotográfica. En esta intencionalidad acertadamente lograda, en este abismo interpretativo, Julia Toro hace del balbuceo visual un lenguaje y de la ausencia un sistema. Los rostros aparecen cortados a la mitad o (des)enfocados de medio lado, pues su propósito no es evidenciar una identidad ni documentar una información, sino anular el rasgo que define la estructura de toda máscara: la representación literal de un rostro. En aquella mitad desenfocada, oculta o en penumbras, pareciera jugarse el afán ilustrativo de estas fotografías, de modo que el retrato nunca es completo ni total, antes bien, plantea una expresividad dislocada que, a la vez que desarma toda figura, evoca la silueta ausente de un signo, destruyendo alegremente cualquier unilateralidad interpretativa. Igualmente, todos los textos de este libro operan con la misma indefinición semántica, como si repitieran la técnica fotográfica del desenfoque, a fin de empañar la imagen y la palabra.


José Salomón G.